lunes, 6 de octubre de 2008

Un memoricidio en Buenos Aires

El sol irradiaba luz y calor con todas sus fuerzas. Las calles estaban resplandecientes. Todo parecía normal. Muy normal. Las personas, ocupadas cada una en su mundo, no esperaban la catástrofe que estaba por desatarse en los alrededores de la Biblioteca Nacional.
De pronto, el día se apagó. El sol se escondió tras un manto de nubes negras. Una brisa empezó a soplar sobre las calles Agüero y Austria y las avenidas Las Heras y Del Libertador. El indicio de normalidad desapareció.
Un bombardero se abrió espacio entre las nubes del cielo y lanzó un misil de crucero que impactó sobre el techo del edificio. Las personas corrieron sin entender lo que pasaba. Otros dos aviones aparecieron en escena. Un segundo misil hizo estallar los vidrios del hall central que da a la calle Agüero. Los demás misiles fueron aniquilando el Patrimonio Nacional. La Biblioteca agonizaba. Solo faltaba el golpe de KO. Un coche bomba impactó en la entrada del establecimiento, destruyendo por completo la edificación.
La conmoción era total. Libros antiguos, arcaicos e incunables ardían en llamas. Libros artísticos, manuscritos y bibliotecas personales se perdían en un mar de fuego. Nuestra historia sucumbía entre escombros y llamas. Perecieron libros como la Divina Comedia de Dante, suplementos de la Gazeta de Buenos Aires de Mariano Moreno, numerosas ediciones del Quijote, del Facundo y del Martín Fierro, entre tantas obras. La construcción se derrumbó una hora después del impacto del coche bomba.
Las personas no podían creer lo que veían. Muchos habían muerto dentro del edificio. Estudiantes, docentes, y otras tantas personas lloraban por la muerte de la historia argentina. Ya no quedaba nada. Había ocurrido un memoricidio en Buenos Aires.